domingo, 3 de junio de 2012

El Orgullo

Personajillos, mi nombre es María Ahufinger y soy escritora. Llevo desde aproximadamente los catorce o quince años escribiendo, y ahora; con mis dieciocho años, me gustaría poder aconsejaros un poco sobre el arte de tejer historias. Con ésto no pretendo que penséis que todo lo que digo es absoluto y que mis consejos son infalibles; simplemente deseo que sepáis un poco de mí, y a ser posible, que aprendáis también de mis errores de la misma manera en la que lo hice yo.

Este blog ha sido creado con la intención de éso; de inculcaros un poquito sobre todas las artes. Mi función, obviamente, es la de hablaros de lo que escribo y opinar sobre todas las dificultades que implica ser maestro de las palabras. Esta entrada, en concreto, va a ir dedicada para uno de los requisitos más importantes y necesarios a la hora de mejorar en nuestros relatos.

Según mi punto de vista, una de las condiciones más relevantes para llegar lejos escribiendo es la de la humildad. Os parecerá raro, ¿verdad? Cuando me refiero a humildad hago referencia a dejar atrás el orgullo y abrirse a las críticas. Dichas críticas, obviamente, tienen que ser constructivas y estar bien urdidas, es decir, deben justificar qué es lo que encuentran mal en vuestro trabajo. Cuando un escritor considera que ha llegado a la cima, que narra mejor que nadie, que sus textos son perfectos, se ha malogrado. Ha perdido toda expectativa de sacarle más jugo a su arte. ¿Por qué?

Como bien dijo Sócrates «Sólo sé que no sé nada». El primer punto para aprender y mejorar es partir de cero; es admitir que no se conoce absolutamente todo. Al concebirnos como intachables estamos cerrando la puerta a la posibilidad de mejorar, de perfeccionar aquello que hacemos. Y ahí, la hemos pifiado.

Debo admitir que en mis inicios yo era un tanto susceptible a críticas y que las encajaba un poco mal; pensaba muchas veces que la gente que me juzgaba no tenía ni idea de lo que decía, y otras tantas  me deprimía evocando la idea de que mi arte no agradaba a nadie. Con el tiempo uno va adquiriendo madurez y aprendiendo que es necesario ser evaluado para vislumbrar, de esta manera, los errores que, en ocasiones, somos incapaces de apreciar.

Así que, personajillos, dejar atrás vuestro orgullo y empezad a aceptar opiniones bien fundadas y a ser, además, un poco autocríticos con lo que hacéis. De este modo, maduraréis y llegaréis tan lejos como los grandes clásicos de la literatura.


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