domingo, 24 de junio de 2012

Inspiración

En muchas ocasiones nuestra musa se pira por la puerta trasera y decide no aparecer hasta dentro de muuucho tiempo. ¿Por qué nos pasa ésto? Bien, servidora tiene una teoría que espera que consideréis apropiada.

He experimentado la pérdida de inspiración en momentos de estrés y cansancio; normalmente en época de exámenes. Ya sabéis, en circunstancias en las que nos salen las fechas de los finales y globales por las orejas. Nuestra querida musa nos dice adiós cuando nuestra mente se colapsa; cosa que considero completamente normal y lógica.

Lo peor del tema, según mi punto de vista, es lo que luego cuesta que vuelva. Y ésto no ocurre porque la señorita no desee regresar, sino que, a consecuencia de llevar equis tiempo sin escribir —ya sea una semana o más—, consideramos que hemos perdido calidad; que nuestro arte no vale ni la mitad de lo que valía antes. Sé que ésto lo podéis considerar absurdo o erróneo pero es así.

Nos plantamos frente a un folio en blanco, ya sea en papel o documento de word, y al llenarlo de vocablos sentimos que no tenemos ideas en la cabeza lo suficientemente buenas y que lo que relatamos no vale la pena. Ésto desencadena nuestra desmoralización y posterior abandono, durante un periodo indefinido, del oficio de las palabras. Luego, tras un tiempo de sequía creativa nos dará el punto y volveremos a escribir.

Particularmente, esta situación me ha ocurrido un incontable número de veces. Y hace unos días estaba en las mismas; terminé selectivo y por la presión no era capaz de juntar un sujeto con un predicado. Me acojoné; mucho. Y terca de mí, le puse ganas y volví a escribir con la esperanza de que mi perseverancia daría sus frutos. Fue así. En cuanto llevé unos cuantos párrafos me metí de lleno en la narración y empecé a sentirme cómoda con mi relato.

Así que ahí tenéis mi consejo; si veis que la musa se ha ido, en cuanto tengáis tiempo, escribir una tela de araña para atraparla.

domingo, 3 de junio de 2012

El Orgullo

Personajillos, mi nombre es María Ahufinger y soy escritora. Llevo desde aproximadamente los catorce o quince años escribiendo, y ahora; con mis dieciocho años, me gustaría poder aconsejaros un poco sobre el arte de tejer historias. Con ésto no pretendo que penséis que todo lo que digo es absoluto y que mis consejos son infalibles; simplemente deseo que sepáis un poco de mí, y a ser posible, que aprendáis también de mis errores de la misma manera en la que lo hice yo.

Este blog ha sido creado con la intención de éso; de inculcaros un poquito sobre todas las artes. Mi función, obviamente, es la de hablaros de lo que escribo y opinar sobre todas las dificultades que implica ser maestro de las palabras. Esta entrada, en concreto, va a ir dedicada para uno de los requisitos más importantes y necesarios a la hora de mejorar en nuestros relatos.

Según mi punto de vista, una de las condiciones más relevantes para llegar lejos escribiendo es la de la humildad. Os parecerá raro, ¿verdad? Cuando me refiero a humildad hago referencia a dejar atrás el orgullo y abrirse a las críticas. Dichas críticas, obviamente, tienen que ser constructivas y estar bien urdidas, es decir, deben justificar qué es lo que encuentran mal en vuestro trabajo. Cuando un escritor considera que ha llegado a la cima, que narra mejor que nadie, que sus textos son perfectos, se ha malogrado. Ha perdido toda expectativa de sacarle más jugo a su arte. ¿Por qué?

Como bien dijo Sócrates «Sólo sé que no sé nada». El primer punto para aprender y mejorar es partir de cero; es admitir que no se conoce absolutamente todo. Al concebirnos como intachables estamos cerrando la puerta a la posibilidad de mejorar, de perfeccionar aquello que hacemos. Y ahí, la hemos pifiado.

Debo admitir que en mis inicios yo era un tanto susceptible a críticas y que las encajaba un poco mal; pensaba muchas veces que la gente que me juzgaba no tenía ni idea de lo que decía, y otras tantas  me deprimía evocando la idea de que mi arte no agradaba a nadie. Con el tiempo uno va adquiriendo madurez y aprendiendo que es necesario ser evaluado para vislumbrar, de esta manera, los errores que, en ocasiones, somos incapaces de apreciar.

Así que, personajillos, dejar atrás vuestro orgullo y empezad a aceptar opiniones bien fundadas y a ser, además, un poco autocríticos con lo que hacéis. De este modo, maduraréis y llegaréis tan lejos como los grandes clásicos de la literatura.